Ella no tenía la culpa: “—¡Omar! — gritó el enfermo, temiendo que se llevaran a su hijo—. Omar..., soy inocente. Nunca fui responsable del delito por el cual me juzgaron. Ve a casa de Vittorio. Por favor, ve a verle. Él te dirá... Él conoce mi vida. Él fue mi abogado en aquella causa que sólo... tuvo encono. Viejo encono, Omar querido. Lanzó un grito. Un estertor, y después quedó rígido, con los ojos muy abiertos. Omar pasó los dedos por aquellos ojos desmesuradamente abiertos de su padre. Apretó su mano inerte y luego miró a su antiguo compañero de Facultad. —Ha muerto, Sam.”